domingo, 12 de julio de 2015





Contaba mi abuelo que hace mucho tiempo un humilde campesino, llamado Crisanto, montado en su mula vieja en lo espeso de la montaña de San Ramón de la Roncadora se perdió.
La mula seguía el sendero angosto, lo único que se veía a los lados eran arboles inmensos. De entre la vegetación se escuchaban gritos y alaridos de todo tipo de animales. Por tres días anduvo montado encima de su mula; pero Crisanto tenía la creencia de que la mula era bendita porque se veía una cruz en su lomo bien marcado, y mientras estuviera montado encima de ella el estaría protegido de toda cosa mala. Al rato vio como el camino se abría, a lo lejos se divisaba una inmensa hacienda con muchos peones trabajando.
Crisanto contemplo uno por uno a los peones, eran personas que él conocía. Con terror en sus venas, siguió cabalgando, buscando alguien que le dijera por donde estaba, pero hasta ese momento nadie se atrevía a hablar con él.
Crisanto se decía que conocía a estas personas, eran seres que a sus sepelios él había acompañado. De entre los peones apareció un hombre a caballo, él decía que se bajara de la mula para conversar, pero Crisanto no acepto la oferta y le dijo: “ahí no más, que voy deprisa”, pero el hombre insistía, a tal punto de quererlo bajar de la mula.
Al ver la insistencia de aquel hombre, Crisanto le dijo: “mire, señor, le hago una proposición, le cambio el caballo por mi fiel mula que hasta bendita está, porque tiene la cruz bien marcada”.
El hombre, que no era otro más que el mismito diablo, no le acepto el negocio y le dijo al humilde campesino: “tú y tu mula vieja, lárguense de mis tierras”. El diablo le enseño el camino de regreso, y le dijo: “no digas a nadie por donde estuviste, porque si no vendrás a hacerle compañías a tus amigos”.
Crisanto no le contesto y se alejó de la hacienda. Cuando regreso a su casa, le dijo a su mujer por lo que había pasado, y fue ella la que no le guardo el secreto y a todo el mundo se lo contó. Como a su marido, por estar encima de la mula vieja, no se lo llevo el diablo al mismito infierno, y desde aquel día Crisanto nunca más salió al campo por miedo. 

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