Contaba
mi abuelo que hace mucho tiempo un humilde campesino, llamado Crisanto, montado
en su mula vieja en lo espeso de la montaña de San Ramón de la Roncadora se
perdió.
La
mula seguía el sendero angosto, lo único que se veía a los lados eran arboles
inmensos. De entre la vegetación se escuchaban gritos y alaridos de todo tipo
de animales. Por tres días anduvo montado encima de su mula; pero Crisanto
tenía la creencia de que la mula era bendita porque se veía una cruz en su lomo
bien marcado, y mientras estuviera montado encima de ella el estaría protegido
de toda cosa mala. Al rato vio como el camino se abría, a lo lejos se divisaba
una inmensa hacienda con muchos peones trabajando.
Crisanto
contemplo uno por uno a los peones, eran personas que él conocía. Con terror en
sus venas, siguió cabalgando, buscando alguien que le dijera por donde estaba,
pero hasta ese momento nadie se atrevía a hablar con él.
Crisanto
se decía que conocía a estas personas, eran seres que a sus sepelios él había acompañado.
De entre los peones apareció un hombre a caballo, él decía que se bajara de la
mula para conversar, pero Crisanto no acepto la oferta y le dijo: “ahí no más,
que voy deprisa”, pero el hombre insistía, a tal punto de quererlo bajar de la
mula.
Al
ver la insistencia de aquel hombre, Crisanto le dijo: “mire, señor, le hago una
proposición, le cambio el caballo por mi fiel mula que hasta bendita está,
porque tiene la cruz bien marcada”.
El
hombre, que no era otro más que el mismito diablo, no le acepto el negocio y le
dijo al humilde campesino: “tú y tu mula vieja, lárguense de mis tierras”. El
diablo le enseño el camino de regreso, y le dijo: “no digas a nadie por donde
estuviste, porque si no vendrás a hacerle compañías a tus amigos”.
Crisanto no le contesto y se alejó de la hacienda. Cuando regreso a su
casa, le dijo a su mujer por lo que había pasado, y fue ella la que no le
guardo el secreto y a todo el mundo se lo contó. Como a su marido, por estar
encima de la mula vieja, no se lo llevo el diablo al mismito infierno, y desde
aquel día Crisanto nunca más salió al campo por miedo.
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